Quizás sea mejor hacer la maletas, guardar la todavía vigente capacidad de asombro junto a las roídas aunque eternas ganas de tener ganas, ansias de estar en el ruedo. Puede que sea mejor hacer caso a las recomendaciones e irse antes de que sean las 12 de la noche y la carroza se convierta en calabaza, y no volver nunca más a los lugares en los que uno ha sido féliz. Es sabido que ser huraño y tener un encefalograma plano en sentimientos tiene sus ventajas.
Pero no. No se puede aprender a no diferenciar un edificio, pila de cemento, de un niño, aceitada maquinaria humana. A dejar de levantar la mirada del suelo y mirar para abajo cuando una nube caprichosa salta de un tejado a otro. A evitar estas cosas no se enseña en ningún sitio.