martes, diciembre 12, 2006

Cajas, cajitos, cajotas...

Hay un capítulo de los Simpsons en el que visitan una fábrica de cajas de cartón con la escuela. No se que tendrá que ver, pero la analogía vino sola a mi cabeza cuando vi el negocio “A mida”, en la calle Amigò del barrio de Muntaner.

Allí, en un espacio que no superaba los 10 metros cuadrados, se apilaban docenas y docenas de cajas, de todos los tamaños y de múltiples estampados. Cajas para corbatas, cajas para naipes, para manteles, etc, etc. La misión para la cual fueron confeccionadas estaba escrita en una etiqueta, para evitar confusiones, o para no caer en la tentación de guardar pañuelos en la caja de bisuterías, (Dios no lo permita!!!).

Pero entre todas las cajas, había una que llamaba la atención, que destacaba por su aspecto. Solitaria, aunque bien rodeada, sobresalía en la estantería por su complexión cilíndrica. Única en su especie, quién puede adivinar cuántas cajas de dimensiones regulares, de rectas y aburridas caras rectangulares han desfilado delante de sus ojos mientras ella permanecía allí, inmóvil.

¿Qué culpa tiene ella de que el precio del suelo en este barrio (perdón, en toda la ciudad) esté por la nubes y de que en las reducidas viviendas haya que aprovechar hasta el último recoveco? Pero la doctrina Ikea obliga a repisas encima de las puertas, a camas plegables y, también, a cajas cuadradas que no dejan resquicio (es decir, E.L.I.: léase Espacio Libre Inutilizado).

Pero sin que pronunciase palabra creía comprenderla: prefería ser la caja más distinguida de la tienda antes que una vulgar contenedora de cosas banales en algún piso de diminutas dimensiones.
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lunes, diciembre 11, 2006

Biblio tomo VI: Biblioteca Jaume Fuster

Iván es estudiante de diseño gráfico. Su barba de dos días sin afeitar y los huecos que el pelo le deja libre en su cabeza lo hace parecer mayor. Cuando tiene examen acude a la biblioteca Jaume Fuster a estudiar, y cuando el calendario no lo aprieta, como hoy, lleva su portátil Mac y aprovecha el servicio de Wi-Fi para navegar por Internet.

Las instalaciones de este centro, uno de los más nuevo de los 174 desperdigados por la provincia, se asemejan a un planetario achatado, imitan a una tortuga gigantesca, un plagio mal hecho de una construcción de Gaudí (dejando en claro que esas cosas ya no se hacen hoy día). Flanqueado por un lado, el que da a la plaza Lesseps, por un amplio descampado con asientos en los que descansan y se refrescan turistas esquivos al sol que vuelven del parque Güell. Y por el otro, el de atrás, edificios de más de un siglo de antigüedad a escasos 3 metros de los luminosos ventanales.

En el interior, las estanterías aguardan raquíticas la llegada de libros. Las paredes, revestidas de madera clara, luego de los 2 metros se convierten en blancas, y quien sabe a que altura, en techo. Sin dudas, es un lugar cómodo para la lectura, con espacios enormes, techos altos, numerosos sillones y paredes acristaladas que no se oponen a la entrada de la luz solar. Si uno anda distraído es muy fácil perderse, los desniveles se comunican con escaleras desiguales, como si fuese un loft gigantesco que no guarda simetría.

En sus… ¿3 pisos?, ¿o 4?, están repartidos un espacio polivalente, una sala de exposiciones (de momento vacía), un auditorio y un espacio multimedia equipado con 10 ordenadores, una impresora láser color, un escáner y 8 cámaras web. Especializada en cultura juvenil y viajes, en su ¿segunda? planta, con los lomos marcados con CJ, se encuentran los libros que tratan de movimientos sociales, tribus urbanas, inserción laboral, afectos y otros temas que preocupan a los adolescentes de hoy en día (o se supone que los inquietan).

En una planta más abajo, el centro de autoaprendizaje de idiomas reúne en formato multimedia material en 14 lenguas distintas, tan dispares como el ruso, danés, suomi (finés) o japonés. Además, la Jaume Fuster también participa, junto con la Vapor Vell y con la de la Santa Pau-Santa Creu, en el programa diarios del mundo, que juntan publicaciones en 20 idiomas diferentes.

Sin embargo, la biblioteca también sale a la calle. Mediante el programa de préstamo y lectura a domicilio, destinado a todos aquellos con movilidad reducida o con problemas de visión, un voluntario llevará el material escogido al domicilio tras acordar la cita. Los principales benefactores de este servicio son los ingresados en el Hospital de la Esperanza, cercano a Vallcarca, en el distrito de Gràcia.